-A todo el personal docente-
La escuela es y será lo que sea el maestro y el maestro será como tal, lo que sea como persona.
Su facultad de influir favorablemente en el tránsito de la vida de los educandos hacia los valores que confiaren a la vida toda su dignidad, estará en relación directa con las inquietudes, la riqueza y la generosidad espiritual de su propio drama interior como hombre.
Importa más que su erudición técnica, su cultura, esto es, la hondura y el ordenamiento anímico con que ha hecho suyos los valores superiores del espíritu.
Interesa fundamentalmente, el carácter y el estilo de su vida personal, su bondad, ternura y comprensión de la naturaleza infantil, la pureza, sinceridad e ingenuidad de sentimientos, su cordialidad, sentido del humor y alegría de vivir, su optimismo, su entusiasmo, su fe en la condición humana y en las posibilidades de la educación
-Relaciones entre maestro y alumno-
Inculcar nociones de lectura, escritura, historia, es importantísimo, pero no es suficiente. Hay que interesarse por la personalidad total de cada niño. Los que tienen trastornos emocionales, los incomprendidos o mal dirigidos por sus padres, jamás recibirán ayuda verdadera sino a través del docente que es quien determina las relaciones que existen en su aula. Los niños reflejan su disposición y sus modales. Un maestro emocionalmente inestable produce idéntico tipo de alumnos.
Los niños gustan de los maestros que elaboran clases interesantes, que renuevan sus métodos y que les permiten presentar planes y llevarlos a cabo con libertad. Aprecian en especial, a los que respetan sus opiniones, prestan atención a lo que dicen y sienten y que los tratan siempre como verdaderas personas. Obedecen mejor a aquellos cuyo tono de voz es agradable y que son capaces de dirigir una clase sin mala verborragia. Los resultados positivos surgirán como resultante de una amistad cálida y comprensiva entre maestro y alumno.
Para lograrlo, es de capital importancia que marchemos a la vanguardia de la época en materia educativa, asistiendo a cursos de perfeccionamiento y leyendo los últimos libros sobre didáctica, psicología infantil e higiene mental. Debemos cuidar que nuestro estado mental sea bueno, de modo de poder aceptar sin sobresaltos el comportamiento insolente y agresivo de algunos niños.
Herir su orgullo de cualquier forma, puede aliviar nuestro propio estado de tensión y frustración, pero agravará el problema del niño.
-Disciplina-
Nunca se cansará el maestro de hacer esta distinción y jamás podrá dejar de tenerlo en cuenta.
La actividad natural será canalizada, dirigida. Debe conseguirse que el niño comprenda la libertad en el sentido que la concebía Clemenceau: “El arte de disciplinarse a sí mismo para no ser disciplinado por los demás “. No hacer lo que se quiere sino lo que se debe.
La escuela se adaptará al niño, a sus necesidades, pero no a sus caprichos. El interés con que se emprenda una actividad será el sostén de la disciplina. El orden y la serenidad son el complemento del trabajo fructífero.
Seamos justos. El niño reconoce por intuición la injusticia y pocas veces la perdona.
-La actividad-
Es preciso que sienta la necesidad del conocimiento organizado y que esto signifique, al ser adquirido, algo de su experiencia real.
-El interés-
Tendremos que lograr que el interés directo del niño por la actividad cree en él la necesidad de prestar atención sobre los temas que están en relación cada vez más indirecta o alejada de su actividad inicial.